Ushuaia, capital de Tierra del Fuego, el punto final del mundo
Cuando miras en el mapa, antes de ir, sabes que nunca podrás estar más lejos de todo que en Ushuaia. La sola pronunciación de su nombre, de origen yagán, evoca un exotismo frío, esquimal, al borde de la Tierra… ahí donde los medievales creían que dabas un paso más y te caías al nunca jamás. Lo curioso es que cuando consigues arribar, respiras que efectivamente estás en el fin del mundo aunque te evadas de recordar un mapa. Se respira esa distancia que hace de la ciudad un lugar tranquilo y ajeno al paso del tiempo. Tanto, que te invita a olvidar el origen de esta colonia carcelaria que hoy es uno de los enclaves con mejor calidad de vida de Argentina a pesar de sus tres o cuatro meses de varios palmos de nieve en las calles y tejados.
Ushuaia es la ciudad austral por excelencia. Capital de la Isla Grande de Tierra del Fuego, es a su vez la principal urbe de la última provincia reconocida de Argentina, separada de Patagonia y que absorbe a su vez, a pesar del colonialismo inglés de facto, las Islas Malvinas. Tiene una historia breve y gélida, pero apasionante, y un futuro prometedor. A los pies de un glaciar casi urbano, el Martial, su poca esperanza de comunicación con el mundo se vierte hacia el puerto y la bahía; mientras que retoza sus tardes en la laguna o «Bahía Encerrada», separada del mar por una estrecha y apaciblemente paseable lengua de tierra. Por ella se llega hasta la pista del antiguo aeropuerto, que, por demasiado corta, tuvo que ser sustituida por una nueva, un poco más lejos, aunque igualmente al lado de la ciudad. En 1988, un avión de Aerolíneas Argentinas se salió de ella y cayó al mar. Por suerte, sólo hubo algunos heridos leves.
Un recuerdo a las cercanas Malvinas y las mejores carnes patagónicas
Ese lado de la ciudad, el occidental, nos ofrece la llama eterna y monumento a los Caídos en la Guerra de las Malvinas, conflicto más presente aún aquí, en Ushuaia, que en el resto del país, y la pintoresca Casa Beban, uno de los pocos monumentos de más de un siglo en estos parajes. Con madera y chapa, fue construida por un inmigrante sueco que escaló socialmente gracias a esta particular vivienda, eje de actos y celebraciones oficiales.
La ciudad se expande en dos calles: Maipú, que se puede decir paseo marítimo, y la San Martín, primera paralela hacia el interior y donde se alojan la mayoría de restaurantes, tiendas de chocolate artesano y agencias de viajes y excursiones. La segunda, tercera manzana y las que crecen hacia arriba están así… muy hacia arriba, porque no hay más llanura que las dos primera hileras de casas. Ushuaia ofrece buenas parrillas y cordero patagónico, pero, sobre todo, buen pescado, tan escaso en el centro y norte del país. La centolla, un centollo de mayor tamaño que puede asimilarse con la ñocla, está presente en todas las cartas, bien en sí mismo o formando parte de platos con pasta o similar. Entre los restaurantes de excelente relación calidad/precio con la centolla en la carta se encuentra el encantador María Lola. Eso sí, nadie puede pasar por Ushuaia sin visitar, especialmente para desayunar su bollería o facturas, el Almacén de Ramos Generales. Está al lado del muelle y allí van a parar todos los turistas y mochileros por su historia: conserva ese nombre, el de colmado de inicios del XX donde se encontraba de todo. Sus objetos, expositores, y las mismas mesas y baños son en sí mismos un museo etnográfico de la ciudad.
Ushuaia nació en una cárcel: de colonia penitenciaria a floreciente ciudad turística
No, no olvido lo más importante de Ushuaia: su origen, la cárcel. Ante lo inhóspito del terreno, pero lo valioso de su ubicación, Argentina quiso afianzarse en el territorio gracias a la colonización carcelaria. Exterminados los primitivos indios yaganes por la presencia europea, la falta de asentamiento continuado ponía en peligro la soberanía no sólo frente a Inglaterra, sino también con Chile y su frontera difusa del Gran Sur. Por lo tanto, comenzó el traslado de presos a finales del XIX y principios del XX. En un principio, prisioneros con delitos leves, que aceptaran llevarse a su familia y vivir allí en edificios más amables que una prisión al uso. Después, con el aumento de la inmigración y la delincuencia en Buenos Aires, llegaron delincuentes más peligrosos que obligaron a construir un penal en el amplio sentido de la palabra.
Bienvenidos al Tren del Fin del Mundo
Los propios presos, trabajadores forzosos, iban construyendo la ciudad. Salían de la cárcel en mínimos vagones, el ferrocarril más estrecho del mundo, en dirección al bosque, al oeste, a talar leña. Servía para la construcción de edificios, para la calefacción en los durísimos inviernos y para ir alargando la propia vía según los árboles iban clareando. Hoy esa vía es la que alberga el Tren del Fin del Mundo, un hermoso convoy con asientos de madera y llamativas locomotoras rojas que nos adentra en el inicio del Parque Nacional de Tierra del Fuego. Paramos en la Cascada Macarena mientras bordeamos el río Pipo, el preso más famoso del penal… se atrevió a escaparse a pesar de que sabía que el frío lo mataría. Efectivamente, murió aterido en sus aguas.
La cárcel, en la zona oriental de la ciudad, es hoy un gran edificio que en sus varios pabellones alberga museos y mantiene algunas celdas tal y como se usaban. Desde ahí, bajando al mar, se puede pasear frente a la zona más carguera del puerto. Hacia el este, crece la ciudad con edificios más altos y modernos. Ushuaia es una joya en sí misma, pero también la única base cómoda para disfrutar del Parque y de los cruceros por el Canal del Beagle visitando a los pingüinos y el Faro Les Éclaireurs, a menudo confundido con el Faro del Fin del Mundo, que está fuera de toda civilización, en la aún más recóndita y también antigua cárcel Isla de los Estados.
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