Protegida al fondo de un angosto fiordo, la capital de Noruega, Oslo, se ha ido reconstruyendo y pareciendo a sí misma tras abandonar la sombra colonialista de Suecia y Estocolmo. Los espacios verdes y edificios simbólicos como la Ópera dan a Oslo un aspecto más acorde con la riqueza del país que preside, volcado a la pesca y al petróleo.