Las siete villas de la comarca de Trasmiera y el cabo de Ajo
Para los amantes del fútbol, como la que suscribe, el Siete Villas es un clásico de las clasificaciones del grupo cántabro de Tercera División, si bien nunca sabía exactamente dónde ubicarlo. También por el fútbol, tengo claro desde niña que Miera es apellido de Cantabria, porque su más famoso portador no solo fue jugador del Sporting, sino entrenador de mis tres equipos del alma: UP Langreo, Sporting de Gijón y Atlético de Madrid.
Me faltaba descubrir, tan cerca y tan lejos, que la comarca de Trasmiera y lo que se conoce como las Siete Villas es ese trocito septentrional de la provincia vecina con cuyo nombre siempre nos reíamos en las clases de geografía: el cabo de Ajo.
Gastronomía marinera y las famosas anchoas de Santoña
Volcada al mar, este no solo ha premiado a la comarca con excelsas playas de fina arena dorada y preciosos paisajes de acantilados, sino también con una mesa marinera envidia de interior.
Al lado, aunque ya fuera de las Siete Villas, no hay anchoas más famosas que las de Santoña, y su renombre no es gratuito. Pero, aunque la gloria se la lleven las anchoas, quizás por escasas, en este trozo de tierra parapetado entre la bahía de Santander y la ría de Treto, precisamente la que separa Santoña del vecino Laredo, cualquier conserva artesanal de pescado te llama a voces desde los coquetos escaparates que jalonan el centro histórico santoñés.
Santoña, reina de las marismas
En Santoña, Alfonso I de Asturias fundó uno de los más importantes monasterios de Cantabria durante la repoblación que siguió a la Reconquista. Asentada sobre marismas, presenta un carácter casi insular y se accede a ella conduciendo literalmente sobre el agua.
Desde el Peñón, el paisaje es sobrecogedor, mezcla de ciénagas, cogollo histórico, puerto pesquero y las largas playas y dunas de Laredo al otro lado de la ría. Es la de Laredo una de las playas más espectaculares y, en su punta, frente a Santoña, prácticamente salvaje.
Acceder por tierra desde Santoña significa rodear, levitando de nuevo sobre las marismas. ¡Ojo! El mirador de Sollagua, desviándose desde Cicero, es una parada poco conocida para divisar las marismas: el monte Buciero de Santoña y el extremo de Laredo se ven tras ellas.
Para los marineros, Santoña es la cuna del gran navegante Juan de la Cosa; para los amantes de una faceta más moderna del mar, los surfistas, Santoña posee una de las mejores izquierdas del continente; para los preocupados por la política y la Historia, es ese curioso reducto donde, quizás por ver nacer a Carrero Blanco, Falange estaba presente aún en la corporación local cuatro décadas después de caer el Franquismo, hasta 2015.
Noja de invierno, Noja de verano
Menos bulliciosa es la cercana Noja, casi fantasmal durante el invierno, pero una colonia de turistas en época estival. Las inmensas playas de Trengandín y Ris apenas dan cabida a todos los veraneantes, que se expanden un poco más allá, a la más solitaria Helgueras. Al este, su mayor monumento, el Puente Romano, cuya romanización es tan dudosa como la del de Cangas de Onís.
Enfrente, tanto que se dan la mano durante las bajamares, Isla. Población mínima, pero plagada de encanto en su centro histórico interior, quizás influyó en mi preferencia por este pequeño pueblo de menos de mil habitantes el que mi primera vista de él fuera la de la foto de portada. En una habitación cuya puerta se abría sola durante la noche, la terraza sobre el mar era un lujo. Las rocas, Isla; los arenales, Noja. La pequeña playa, al otro lado del pueblo, nos regaló un avioletado atardecer con increíbles fotos sobre los acantilados.
Las otras villas
Hacia el interior, Trasmiera cambia el azul por el verde. Como en toda la Cornisa Cantábrica, los verdes prados se convierten poco a poco en laderas y, solo unos kilómetros hacia el interior, nos encontramos encajonados en suaves valles.
En el interior están casi todos los pueblos de la Mancomunidad de las Siete Villas. No, no son siete. Seis son los concejos que la forman: Argoños, Arnuero, Bareyo, Escalante, Meruelo y Noja. Y nueve, las villas o pueblos: Ajo, Arnuero, Bareyo, Castillo, Güemes, Isla, Meruelo, Noja y Soano.
Si el mar ha marcado el devenir de esta zona, también la piedra lo ha hecho, y no sólo la de sus acantilados. En Trasmiera la profesión de cantero supera el mero oficio para convertirse en tradición. En ninguna época salieron de lugar tan pequeño tal cantidad de maestros que han dejado su huella para la posteridad. A trasmeranos se deben las obras maestras medievales de España y Portugal, como las catedrales de Santiago de Compostela, Burgos y Toledo.