Tossa de Mar, el fuerte de la Costa Brava
Sus abruptos accesos protegen a Tossa de Mar, al inicio de la Costa Brava, de las masas de turistas o de jubilados que colonizan playas cercanas como las de Lloret de Mar. Entre el mar y las montañas de la comarca de la Selva, Tossa se asienta en la profundidad de los acantilados y entre ellos emerge su bastión.
Porque Tossa no es famosa por sus playas, aunque las tenga. Su arena gruesa, propia de la costa gerundense, se reparte por una bahía en forma de concha al amparo de dos colinas que la encierran y que la protegen del oleaje propio de la Costa Brava y hasta de la gélida tramontana que baja rauda y amenazante desde los Pirineos.
Desde la esquina sur, alguien vigila que todo siga en orden. Es Ava Gardner.
Ava Gardner, la guardiana de Tossa de Mar
Llegó aquí en los años 50, para rodar «Pandora y el holandés errante» junto a James Mason. En esta primera conversión de Tossa en escenario de cine, el pueblo recibió el onírico nombre de «Esperanza». Fue el estallido de un reguero de amores que la Gardner fue dejando por España.
Varios toreros formaron parte de su vida en esa década de los cincuenta. Curioso si se tiene en cuenta que, posteriormente, Tossa de Mar fue la primera población española que se declaró oficialmente antitaurina. Nunca la expresión de «poner los cuernos» podría estar más acertada. El atormentado cornudo no era otro que Frank Sinatra, que llegó a plantarse en Madrid sin previo aviso cuando le llegaron los rumores al otro lado del Atlántico de que un tal Luis Miguel Dominguín era el culpable de tantas escalas de su mujer en la capital española.
Ava, sin embargo, permanece nostálgica y mirando al infinito en Tossa. ¿Y qué ve la gran diva de Hollywood?
Las torres de la fortaleza de Tossa de Mar y el «ojo del demonio»
Además del mar y el cielo, tan azul en verano como gris en invierno, su mirada está fija en una de las siete torres cilíndricas de la fortaleza. Elevada sobre el pueblo de estrechas y empedradas callejuelas, la muralla, impertérrita, le confiere a la playa un aspecto medieval.
Ava solo quiere mirar al frente, quizás porque pretende darle la espalda al «ojo del demonio», un pequeño agujero en la otra parte de la fortificación que da hacia otra mínima playa, de guijarros esta, y en la que las modestas embarcaciones de pescadores pasan la tarde amarradas después de descargar la mercancía que realza las cartas de los acogedores restaurantes de la ciudad vieja.
Porque Tossa de Mar, cinéfila y medieval, es un pueblo que vivía sólo de la pesca, y ahora de un selecto turismo que se ha preocupado de buscar un paraíso a sólo unos kilómetros del bullicio soez y el «balconing».
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