Villa General Belgrano: la Argentina tirolesa y cervecera con su Oktoberfest

Villa General Belgrano, provincia de Córdoba, Argentina

 

Es curioso cómo, en un pequeño rincón de la provincia de Córdoba, en el corazón del Cono Sur, podemos disfrutar de paisajes y arquitecturas tan genuinamente europeas como las que encontramos en Baviera o Suiza. No sólo las construcciones y el paisaje montañoso de las sierras cordobesas nos trasladan a las pequeñas aldeas tirolesas o alpinas, sino que las costumbres germanas o incluso cierto bilingüismo se mantienen décadas después.

En el valle de Calamuchita, Villa General Belgrano se erige como una rareza. Ligado inexorablemente a su fundación y colonización alemana, el pequeño pueblo neobávaro ha tenido que soportar incluso los rumores sobre su papel en la acogida de fugados nazis durante el ocaso de la II Guerra Mundial.

Haya sido o no cobijo de criminales de guerra en generaciones pasadas, el encanto que derrocha este pequeño y turístico pueblo de apenas 6.000 habitantes lo convierte en octubre en la réplica de la mayor fiesta de la cerveza del mundo. El Oktoberfest muniqués se reproduce con idéntica dedicación y éxito prácticamente en sus antípodas. Más de 150.000 personas llegan a Villa General Belgrano procedentes de toda Sudamérica e incluso de fuera del subcontinente para celebrar la segunda fiesta de la cerveza más importante del mundo. Con una ventaja sobre la bávara… en Argentina se celebra en plena primavera.

No es la cerveza la única costumbre centroeuropea a la que los cordobeses rinden homenaje. Las fábricas de chocolate artesano o pastas (masas) vienesas distribuyen su exquisitez por toda la provincia y también celebran su propia festividad.

En cotas más altas de Calamuchita, La Cumbrecita es otra aldea digna de visitar. De idéntica arquitectura, las salchichas alemanas son el plato principal de sus menús y los alfajores de frutos rojos, su sabrosa especialidad del dulce más argentino. Las rutas de senderismo, sus ollas de deshielo y las cascadas bien valen un paseo con bikini en la mochila. Sus aguas gélidas aún en primavera, comienzan a caldearse a finales de noviembre. Puras y transparentes, hacen refulgir la circulación y nos hacen dar pequeños respingos cuando la viscosidad de alguna trucha nos roza las piernas.

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