El azul más profundo de Mallorca

Sa Calobra, Mallorca

Merece la pena evadirse de ingleses y alemanes carbonizados y alcoholizados y visitar los rincones más ocultos de la hermana mayor de las islas Baleares. Si nos olvidamos de que al este de la capital están los principales enclaves colonizados que responden a la imagen de bodrio turístico con el que muchas veces catalogamos equivocadamente toda la isla, Mallorca tiene mil y un encantos que nos harán caer rendidos a sus pies. La recomendación es alquilar un coche y perderse por las serpenteantes carreteras que nos llevarán a las más recónditas calas de color turquesa y los más escarpados acantilados.

Los acantilados los encontraremos sobre todo en la cara noroeste de la ínsula, construida diagonalmente por la sierra de Tramuntana. Para ir desde cualquiera de los puntos más poblados a la fachada occidental, tendremos que subir y bajar puertos de montaña más o menos altos que nadie se espera en este idílico paraje. También en esta sierra encontramos el techo de la isla, Puig Major, de casi 1.500 metros y coronado por un observatorio de uso militar. A sus pies, el embalse de Son Torrella asemeja un lago pirenaico. También en un alto, difícilmente transitable, nos encontraremos las ruinas del castillo de Alaró. Merece la pena no sólo en el plano arqueológico, sino por las espectaculares vistas que desde arriba nos ofrece la campiña.

Entre las reliquias que atraviesan Tramuntana, el tren eléctrico de Sóller, que une la capital con este municipio y mantiene la maquinaria de antaño. Tanto el pueblo, más en lo alto, como el precioso puerto, merecen una visita. Pero mucho más ilustre es Valldemossa. Pequeña localidad de calles empinadas, en su Cartuja vivieron ilustres personalidades a lo largo de las últimas décadas. Quizás el que más apego le tuvo fue el compositor polaco Chopin, que se trasladó aquí por el clima benigno de sus inviernos y durante su estancia compuso varias de sus obras. Jovellanos, Rubén Darío y Borges también se hospedaron en ella durante algún tiempo.

Sin embargo, si hay un lugar al norte de Tramuntana que me conquistó para siempre es Sa Calobra. Cuando comienza el descenso, sólo ves un punto azul al fondo del precipicio y una carretera imposible que se pelea contra la fuerza de la gravedad. Pero esa carretera al infierno desemboca en el paraíso. El azul de las calas es insultante, y los pasos de una a otra, un ejercicio de equilibrio entre las rocas. Una postal que bien vale la pena el sufrimiento de aquéllos que se marean con las curvas o sufren de vértigo.

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