Jurmala, la playa más turística de Letonia, en el gélido mar Báltico
Dije que metería los pies en el Báltico y al final, por la pereza de quitarme las botas, solo metí las manos en la playa de Jurmala. Aunque era a finales de septiembre, quizá principios ya de octubre, no lo recuerdo con exactitud, el invierno parecía haber llegado a las aguas de Letonia.
Tras enamorarme sin condiciones de Riga, decidí aprovechar el poco tiempo que iba a tener en el país para conocer la ciudad balneario favorita de los rusos, Jurmala. No en vano, Jurmala significa en letón «al lado del mar» o, directamente, «playa».
Durante el trayecto en tren desde Riga, pronto se dejan atrás los edificios de las afueras para imbuirnos en un denso bosque que no pudo por más que recordarme a la persecución a la que fue sometido Hannibal precisamente a través de la taiga letona.
El tren llega a una ciudad casi fantasma en el estertor del verano, una Jurmala que se llena de vida en julio y agosto. Un paseo peatonal plagado de cafés y confiterías nos ofrece fuera de temporada solo algún comercio abierto. A pesar del sol y el cielo azul, ya es necesario el abrigo y, cuando se levanta el viento, no solo hace volar las hojas otoñales, sino que nos araña impasible la cara.
La kilométrica playa de Jurmala y las aguas superficiales del golfo de Riga
A través de callejuelas residenciales desiertas, alcanzamos la fina arena de la kilométrica playa. Tuve el placer de observarla desde el cielo solo un día después. La línea dorada se extiende por todo el golfo de Riga sin interrupción. Inmediatamente detrás, aparece el tan poblado bosque, y ante la arena, un mar color plata que no refleja ondulaciones.
A pie de playa, las olas son mínimas. Tan calmo se nos muestra, que bien pudiera parecer una marisma. Las aves, gaviotas en su mayoría, se agrupan mar adentro. Si pisamos con cuidado, evitando los leves surcos que deja el sutil oleaje, podemos avanzar unos cien metros hacia el interior del agua mojándonos únicamente las suelas del calzado.
El mar Báltico es uno de los menos profundos del mundo y, protegido en su salida hacia el mar del Norte por Dinamarca y el sur de Suecia, sus mareas son imperceptibles.
El chocolate y los otros paísajes a la espalda de Jurmala
Los pocos visitantes pasean playa arriba y playa abajo. Un viejo exmilitar soviético decide no solo hacerme una foto, sino practicar su oxidado alemán conmigo. Luchó en la II Guerra Mundial. Está muy entero para sus años y para la vida que seguramente llevó.
Con otras dos alemanas disfruto de la soledad de una de las confiterías del desierto bulevar. El chocolate no entiende de estaciones y en Jurmala es fabuloso.
Me voy con la sensación de añadir Jurmala a la colección de retiros espirituales donde me gustaría construir una cabaña en plena arena con un enorme ventanal por donde vigilar los juegos de las aves. Llevo las manos heladas, pero aseguran que la poca profundidad del Báltico hace que en verano se caliente pronto. Tuerzo el gesto al pensarlo, pero quizás.
Si tuviera un día más en la hermosa Letonia, me adentraría en los paisajes que marca el río Lielupe, que a ratos se ve desde el tren y que separa Jurmala de los primeros bosques y del lago Babites o Babites Ezers.
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