Los valles calchaquíes y la quebrada de Humahuaca, que se expanden por las provincias de Salta, Tucumán, Jujuy y Catamarca, conservan la cultura indígena del Altiplano, del norte de Argentina. Paisajes infinitos, fauna, vino y tradición.
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Salta la Linda
Las ciudades están hechas de casas, edificios, monumentos, puentes, estatua… Decía el tanguero uruguayo Quintín Cabrera que «las ciudades son libros que se leen con los pies». Por eso voy a empezar esta microbiblioteca digital con Salta, probablemente el libro más bello y que más personajes principales ha traído a mi vida.
La llaman ‘La linda’ por su extraordinario casco histórico, único en Argentina y más similar a los de las joyas del colonialismo español, como las ciudades peruanas. Las casonas nos muestran las balconadas andaluzas que llevaron los primeros descubridores. Y las iglesias, los monasterios y la catedral reproducen los mejores patrones del estilo arquitectónico que dio en llamarse «colonial» y que supone una evolución del barroco europeo. La catedral, la más antigua de Argentina, combina los colores pastel como una bella tarta de fresa que preside la concurrida plaza-parque del 9 de Julio.
Sin escapar al damero propio de las ciudades del nuevo mundo, la mayor antigüedad de Salta con respecto a otras grandes urbes ha dejado en su plano alguna esquina desigual que le da una personalidad especial. También está condicionada por la orografía. Presidida por el cerro de San Bernardo, la subida en teleférico para contemplar a La Linda desde lo alto es una visita obligada. Perderse por los serpenteantes caminos en la suave bajada es una búsqueda constante de las frescas sombras. Porque Salta vive inmersa en una eterna primavera, quizás demasiado calurosa y seca en verano.
Salta tiene personalidad propia con respecto a lo que se conoce de cara al exterior de Argentina. Muy lejos de Buenos Aires, Rosario, Córdoba, Mendoza o la inmensa Patagonia, comparte con estas dos últimas la interminable cadena de Los Andes. Vemos por sus calles mucho más mestizaje y amerindios que en el centro y sur del país, más europeizado. Y también sus costumbres son diferentes. La música es eminentemente andina y puede disfrutarse en los bares típicos de la ciudad, las peñas. La calle Balcarce ofrece una cada cinco metros. Da igual el día de la semana, la noche nunca acaba en una de las arterias con más vida nocturna de toda Argentina.
La gastronomía, entre andina y criolla, nos deleitará con las mejores empanadas argentinas. Recomendables por suponer para los europeos un exotismo, son las empanadas de carne de llama, el animal por excelencia del altiplano. Siempre regado todo por un buen vino. No será salteño, sino de Mendoza, pero el Malbec es el orgullo líquido del país.
Salta está regada de buenos hosteles y baratos. Siguiendo la recomendación de Santa Lonely, acabé en El Correcaminos. Una de las decisiones más acertadas de mi vida. Patio con billar y parrilla para disfrutar de un asado entre todos los huéspedes. Eso no se lo puedo asegurar al siguiente viajero, y fue lo que probablemente hizo de Salta esa ciudad tan especial para mí: los huéspedes y aún hoy amigos que confluimos en El Correcaminos.
Dice otra de mis frases de canciones, ésta compuesta por Joaquín Sabina, que «al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver». Él lo comprendió en Comala; Ana Belén, en Macondo. Yo creo que, a pesar de que me robó el corazón, jamás volveré a Salta. Pero quien no haya tenido la suerte de conocerla, debería dedicarle unos días de su vida, que quizás le marquen, como a mí, el resto de esa vida.