Dona Ana, aguas cristalinas y arena dorada entre grutas del Algarve

Playa de Dona Ana, Lagos, Algarve

Paisajes paradisíacos en el Algarve portugués, con playas de fina arena y aguas cristalinas

Comenzaremos por lo malo y tendremos que decir que la única pega del Algarve es el frío de sus aguas, incluso a inicios de julio, que llegan a ser gélidas lejos del pleno verano. A pesar de compartir latitud con la cálida costa mediterránea española, le ocurre como a la Andalucía occidental, que sus aguas las baña frontalmente el Atlántico. Sin embargo, los paisajes son tan paradisíacos y el sol tan refulgente y reavivador, que el calor de afuera compensa con creces el momento más que fresco de meter los pies en el agua.

El Algarve tiene dos peculiaridades que lo hacen un destino óptimo: las playas de arena dorada cuentan a su vez con sinuosos paisajes de roca esculpida que las hacen cómodas, pero sin monotonía; y que aún no ha llegado a la región, ni siquiera a la más concurrida Albufeira, el turismo de alcohol, noche y desfase.

Faro o Farol da Ponta da Piedade, extremo de la costa de Lagos

Como creo que el Algarve merece mucho más que cinco o seis párrafos, voy a dedicar esta entrada solo a la costa de Lagos, un apacible, luminoso e histórico asentamiento con mucha vida y comercio artesano por el día, pero que languidece y se duerme hacia las afueras, como si nos hubiéramos trasladado a los pueblos blancos de Málaga.

No hay un punto en estos escasos kilómetros de costa que no sean dignos de una foto y un chapuzón. A veces, desde la brillante arena; otras, desde alguno de los miradores que permiten contemplar un agua pura y cristalina entre torres de piedra o los huecos más inverosímiles. Desde Lagos hasta el Farol da Ponta da Piedade (faro), cada rincón nos enamorará más que el otro. En la punta, las vistas hacia abajo dan vértigo, pareciendo que una caída nos llevaría directos al centro de la Tierra. Sin embargo, entre los huecos, que asemejan a una piedra pómez, se ven veleros lamiendo las paredes escarpadas en un agua calma a pesar de ser pleno Atlántico.

La punta de Europa: Cabo San Vicente y Sagres

Hacia occidente, se ve al fondo el gran cabo donde termina el sur de Europa: el Cabo San Vicente y su punta más meridional, Sagres. En esta costa se construyeron y desde aquí partieron numerosos barcos a reconocer y luego conquistar la costa africana. Entre su historia negra, destacar que en Lagos se efectuó la primera subasta, pero no la última, de esclavos africanos en territorio europeos. Fue capital del Algarve hasta el terremoto de 1755, que la devastó.

Pero, olvidando la mancha histórica de la ciudad, que a pesar del terremoto conserva unas hermosas murallas, lo más espectacular del lugar no lo hizo el hombre: son las pequeñas calas entre las paredes caprichosas. La de Dona Ana es probablemente la más hermosa, pero la de Camilo no le anda a la zaga. En ambas destaca, además, la lejanía del pueblo y la poca construcción que hay alrededor, gracias a que están separadas de la población por un abrupto corte. Para acceder a ellas, hay que bajar por largas escalinatas.

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