Arequipa, la ciudad blanca de Perú

Plaza de Armas de Arequipa, la "Ciudad Blanca" de Perú

Quizás no ayudó para nuestra primera impresión el hecho de llegar a Arequipa después de dormir en un autobús de dudosa higiene y que nos dejara tiradas en una polvorienta estación de autobús al amanecer, justo después de la jornada más agotadora (en pie a las dos de la mañana, ascender a pie a Machu Picchu y después por los bloques cortados a pico de Huayna Picchu en un día sofocante). Afortunadamente, el B&B Los Andes era todo lo que deseábamos a esas horas. Pudimos dejar los bultos y descansar en un sofá mientras esperábamos que llegara la hora de que pusieran las calles.

Justo enfrente, uno de los museos más inquietantes de Sudamérica, equiparable al Arqueológico de Alta Montaña de Salta, en Argentina. En el primer pase de la mañana, conocimos a «Juanita», la pequeña princesa inca momificada entre las nieves perpetuas de las cumbres andinas como ofrenda a los dioses. El mal cuerpo de la visión se nos pasó con (¡por fin!) una ducha y salir de nuevo a las calles de Arequipa; esta vez ya vivas, a sólo una cuadra de la imponente plaza de Armas (quizás la más bella de Perú) y con un cielo azul radiante. Nunca está nublado en Arequipa; el sol siempre brilla al sur de Perú para hacer brillar sus calles blancas.

Los edificios de estilo colonial y excepcionalmente conservados iluminan un paseo tranquilo gracias a la menor carga de tráfico en el centro que en el resto de urbes del país. La paradoja la encontramos a lo lejos: entre las dos torres de la catedral neorrenacentista (tuvo que ser reconstruida tras un incendio), asoma el pico sempiternamente nevado del volcán Misti, que ronda los 6.000 metros.

La comida, como en todo Perú, es exquisita, y muchos más disfrutándola en los balcones de la plaza de Armas. Conocimos el chupe de camarones (una brutal sopa de marisco que incluye hasta mazorcas de maíz y huevos fritos) y la ocopa, papas con pesada salsa de cacahuete.

Los autobuses urbanos son pequeños y asfixiantes, y los suburbios, incluso aquéllos que los locales califican de «muy tranquilos», asemejan intimidantes favelas. Pero el centro es reluciente y pacífico, vive al manso ritmo de las zonas cálidas. El sol de Perú sale antes en Arequipa.

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