Un pacífico atardecer en Lima

Atardecer de primavera en Lima mirando el Pacífico

El océano Pacífico, el gran tesoro de Lima

Quizá Lima sea una de esas capitales, como Zagreb, Berna, Washington o Camberra, que no se considera la principal atracción de su país. Es difícil competir con la majestuosidad de Machu Picchu y el no pasar el tiempo de Cuzco; con el lago Titicaca; con la selva amazónica, con las enigmáticas Líneas de Nazca; o con la luminosa Arequipa. Pero hay una cosa en la que Lima las gana a todas ellas: el mar.

El Pacífico sur es un témpano de hielo incluso empezando la primavera austral, pero en nuestro último día allí, nos regaló este plateado atardecer. Brillaba el sol en todo lo alto, había desaparecido la persistente garúa -niebla- que cubre la ciudad durante medio año, y por fin empezábamos a notar que la primavera sí había llegado a Lima.

La gente pasea tranquila por la costa de los distritos ribereños de Barranco y Miraflores, aunque con pantalones largos y chaqueta. Los coches pasan a toda velocidad al lado, es el cinturón costero. La difícil orografía de Lima hace imposible otro tipo de ronda exterior.

Suspiros y amor en Barranco y Miraflores

A los pocos metros del mar, se levanta el zanjón, y sobre él, en una meseta, se sitúa la ciudad, que tiene puntos que rondan los mil metros de altitud. La propia Plaza de Armas, a sólo unos kilómetros del mar, está a casi 200 metros.

El centro y los dos barrios costeros son los únicos recomendables para transitar y los únicos que, además, presentan atractivo turístico. La plaza, de estilo colonial, muestra la riqueza e importancia que en su día tuvo el Virreinato. Alrededor, el resto de los edificios del Barroco transatlántico.

Los barrios de Miraflores y Barranco, con sus avenidas y sus zonas verdes, son un remanso de paz para el visitante. El Puente de los Suspiros, en Barranco, y el Parque del Amor, imitando al Güell de Gaudí, en Miraflores, son mis puntos favoritos. Por no olvidar la extraordinaria cocina peruana. ¡Ay, esas papas a la huancaína y el lomo saltado que me conquistaron para siempre!

La Plaza de Armas y el peligroso ascenso al Cerro de San Cristóbal

Detrás de la Plaza de Armas, se alza el Cerro de San Cristóbal, atravesando el río Rímac, el más contaminado de Sudamérica. Solo se puede subir en autobús a la cima. Intentar caminar por esas calles es un seguro de muerte o, como mínimo, graves problemas.

Atemoriza incluso pensar que el autobús puede encallar en alguna de las empinadas y angostas calles. Desde arriba, si la garúa lo permite, se ve el Pacífico. Si no, al menos la cercana plaza de toros, el nuevo estadio y la Plaza de Armas.

Por la noche, tras enamorarte del plateado Pacífico en múltiples tomas fotográficas, nada como quedarse por los dos barrios con más vida de la ciudad a cenar o tomar un pisco. El sol volverá a salir mañana… si la garúa nos deja verlo.

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