Paxoí, el archipiélago azul de las Islas Jónicas de Grecia
Entre sus dos islas, suma poco más de 30 kilómetros cuadrados y 2.000 habitantes, casi todos ellos en la mayor. Es un pequeño archipiélago idílico al sur de Corfú, conformando la región norte de las Islas Jónicas, de por sí las islas más norteñas de Grecia.
Su visita, de hecho, suele hacerse en conjunto y desde Corfú, aunque sí hay personas que apuestan por pasar unos días en Paxos, la isla mayor. Antípaxos, sin embargo, es un paraíso prohibitivo como destino; lo más habitual es zambullirse unas horas, desde un barco, en alguna de sus calas más famosas, sin llegar a tocar tierra.
El resto del territorio lo componen islotes deshabitados, peñascos en mitad del Jónico, pero con sorpresas geológicas en sus recodos.
Paxos y el tridente de Poseidón
Paxos es la isla más cercana a Corfú, tan solo a 7 kilómetros de su extremo sur. De hecho, tanto partiendo desde Lefkimmi como desde Kerkyra, la capital, habremos de doblar el cabo Asprókavos y tendremos durante unos minutos la panorámica del anfiteatro pétreo que alberga la playa más hermosa y recóndita de Corfú: Arkoudillas.
Cuenta la mitología griega que ese mordisco del sur de Corfú lo hizo Poseidón con su tridente. Arrancó un trocito de tierra de Corfú y lo separó para gozar de un privado nido de amor con su enamorada Anfítrite.
Con esta leyenda, le otorgan veladamente a Paxos la categoría de paraíso escondido, de perla del Jónico. Lo cierto es que las aguas del archipiélago de Paxoí bien valen esa calificación.
La abrupta costa occidental de Paxos
Si Poseidón separó Paxos de Corfú con su tridente, no nos extrañaría que, a su vez, hubiera pisado fuerte en su costa oriental y la hubiera hecho caer suavemente hacia al mar, al mismo tiempo que, por efecto del peso, se levantaba la occidental. Así se entendería mitológicamente que la costa occidental sea alta y abrupta, con imponentes paredes blancas y verticales emergiendo de un mar azul cobalto.
Toda Paxos cae hace el oriente, incluyendo sus principales poblaciones y playas. Únicamente Lakka, el lugar donde Poseidón pinchó para separar y arrastrar hacia el sur, está en la punta norte de la isla.
Sin embargo, esa abrupta costa occidental contiene la atracción más llamativa de Paxos: sus cuevas azules. Algunos, de hecho, llaman a Paxos «La Isla de las Cuevas Azules».
Paxos: la isla de las cuevas azules
Azul es el color que define todas y cada una de las cosas que pueda decirse sobre las islas de Paxoí. En todo el Mediterráneo y sus mares son muchos los islotes o costas que albergan unas grutas azules. Ocurre con la más conocida, la Blue Grotto de Malta, y en Montenegro, en las Bocas de Kotor, por ejemplo.
Las Islas Jónicas no podían dejar de tener, con todo su azul, unas cuevas azules. Están en esa costa rocosa de Paxos, paredes blancas calizas agujereadas a nivel de superficie del mar que nos dejan penetrar hasta sus entrañas.
Algunas cuevas tienen nombre, como la de Poseidón, supuesto refugio de amor del dios de los mares. O la roca vertical frente a una de ellas, uno de los dientes de su tridente, que se quedó para siempre clavado en el mar.
Las aguas en estas covachas son de miles de tonalidades de limpio azul, desde el turquesa más brillante a un azul oscuro y profundo al amparo de la oscuridad y la profunidad en algunos puntos. También los juegos que hace el agua sobre la roca blanca la ha teñido con los siglos, dejando llamativos surcos violetas, por ejemplo.
Las aguas tranquilas permiten detener las barcas y darse un chapuzón al abrigo del sol abrasador de verano.
El dulce encanto de Gáios, capital de Paxos y Paxoí
Gáios es la población principal de Paxoí, capital de todo el archipiélago y, por supuesto, de la isla mayor, Paxos.
Cuenta con una posición estratégica para su defensa, pues dos grandes islas limitan su acceso por mar y, en su momento, podían ser utilizadas para repeler ataques antes de que los barcos pudieran siquiera asomarse a Gáios. Paxos fue, en la Alta Edad Media y principios de la Edad Moderna, moneda de cambio entre diferentes potencias marítimas. De hecho, las fortalezas costeras se las debe a la dominación veneciana de los siglos XV y XVI.
Hoy, tanto Panagia como Agios Nikolaos, la mayor y que forma un estrecho canal marino con la bahía, son dos islotes cubiertos de frondosos árboles y con iglesias homónimas. Desde alguno de los miradores en torno a Gáios o desde sus orillas, ni siquiera parece que exista el mar, sino un río, de cercanas que están ambas islas: Paxos y Agios Nikolaos.
Una animada plaza y un puñado de casas de colores conforman la recepción al bajar del barco. Aunque Gáios no es más que cuatro calles y un montón de terrazas preparadas para acoger a los hambrientos excursionistas, no pierde su encanto de pueblo tranquilo y tradicional.
Las tavernas griegas tienen en Gáios un elemento típico: sus manteles a cuadros. Se ven en los patios y en las mesas de las calles, a la sombra de árboles o de toldos. Sobre ellos se sirven los platos típicos griegos, como el tzatziki, el queso empanado, cualquier plato con feta, souvlaki o musaka.
En las habituales tiendas de recuerdos podremos encontrar aceite de oliva de Paxos y vino de Antípaxos. La vid, el olivo y algo de pesca son, junto con el turismo, las fuentes de ingresos de Paxoí.
Antípaxos, la paz periférica
Apenas medio centenar de personas residen de forma estable en Antípaxos. A pesar de su mínima superficie, algo más de 4 km², es una isla verde y montañosa, cubierta de viñedos y atravesada por un cordal con tres cumbres; la más alta, por encima de los 100 metros de altitud.
Unos 3 kilómetros al sur de Paxos y a 10 de la costa sur de Corfú, su encaje administrativo ya deja claro su aislamiento: municipio de Paxoí, Unidad Periférica de Corfú. En realidad, también Paxos pertenece a esta unidad y es, de hecho, su isla principal, con Gáios como capital. Pero aquí se tiene la sensación de estar en la periferia de la periferia del mundo.
Las exclusivas playas de Antípaxos, al alcance de unos pocos
Pocas embarcaciones tienen permiso para atracar en Antípaxos. La mayoría pueden únicamente fondear frente a algunas de sus playas y ofrecer una parada en sus espectaculares aguas durante unas horas. Es una experiencia inolvidable que forma parte de los cruceros que parten del puerto sur de Corfú, Lefkimmi, o de su capital, Kerkyra.
Tampoco pernoctar en Antípaxos está al alcance del común de los mortales. Apenas un par de villas funcionan como alojamiento y sus precios van en consonancia a esta exclusividad. En el entorno de las playas por las que pasan las excursiones (Vrika, Mesovrika y Voutoumi) hay tres bares en los que matar el hambre y la sed, pero lo aconsejable es llevar víveres propios a la excursión, porque lo más habitual es zambullirse desde el barco, sin pisar tierra.
El agua de Antípaxos es de otro mundo. Tirándose directamente desde el barco, como opción accesible para un viajero medio, ya merece la pena la excursión. Su color es increíble, de un azul refulgente, magnético. Unido a la mansedumbre y la temperatura, hacen de este baño el baño de los dioses, quizá por obra y gracia de Poseidón.