Chefchaouen, el mirador azul de Marruecos

Vista general de Chefchaouen, el pueblo azul de Marruecos

Chefchaouen vive de su color, el azul, que pinta sus casas y sus calles y atrae a miles de fotógrafos que quieren llevarse esa postal azul

El color azul estalló algún día hace muchos años. Lo hizo en Marruecos. Y lo hizo en un pequeño pueblo prendido entre montes, en las faldas del Rif, y donde comienza la península Tingitana; cerca del mar Mediterráneo y no muy lejos del océano Atlántico, aunque cuando caminas entre sus callejuelas pareciera que estás en el profundo e intenso interior del país.

El azul estalló sobre Chefchaouen y lo pintó por completo. De un azul tan vivo y brillante que apenas destaca del cielo en un día de luz diáfana, cuando el sol empieza a despuntar, no cuando luce en todo su esplendor y lo palidece.

Chefchaouen vive del azul. Nada más lo distinguiría de cientos de pueblos del interior de Marruecos ni atraería a tantos visitantes. Llegan en excursiones desde Tánger, Tetuán, Ceuta, Melilla o Alhucemas. E, incluso, desde las más lejanas Fez, Rabat o Casablanca. Y, si tu viaje coincide con un puente en Andalucía, estás perdido, pues es una de las escapadas favoritas de la gente de su litoral en épocas templadas.

Chefchaouen, heredera de al-Andalus

Chefchaouen hunde sus raíces en las últimas escaramuzas de moros y cristianos de al-Andalus. A la par que las tropas de los Reyes Católicos avanzaban por las tierras andalusís arrinconando los bastiones nazaríes, musulmanes y judíos que no querían convertirse huían por las costas del sur.

Así llegaron los primeros pobladores de Chefchaouen: una mayoría de exiliados del sur peninsular que se sumaron a algunos locales que habían fundado el pueblo sobre un antiguo asentamiento bereber.

Hasta las últimas curvas de la carretera, Chefchaouen permanece oculto al viajero. El enclave es estratégico: en el fondo de un fértil valle, con dos montañas que protegen y dan sombra; y con unos manantiales, los de Ras al-Ma, en la cúspide de los picos. Estos picos, de hecho, parecen estar en el origen del topónimo, que vendría a significar, mezcla de árabe y bereber, «mira los cuernos».

Quien se pierda en las callejuelas de Chefchaouen identificará sin lugar a dudas el urbanismo de trazado irregular del medievo del sur de España y las casas encaladas; primeramente, de blanco; después, hasta los dinteles de azul. Pero, ¿por qué el azul? ¿Cuándo comenzaron a pintarse las casas así?

¿Por qué Chefchaouen es azul?

Son muchas las teorías sobre el origen del azul, aunque la más aceptada es que se trata del color elegido por los refugiados judíos que fueron arribando al lugar a lo largo de los siglos. Color sagrado y que los acerca al cielo y que, parece, pudo generalizarse a partir del siglo XVIII.

Otros defienden que se utilizaba para mantener los hogares más frescos e incluso que espanta los mosquitos. De hecho, aún hoy los habitantes de Chefchaouen mantienen que su ciudad está libre de mosquitos por el color, que los ahuyenta. Algunos hacen incluso una combinación de ambas teorías: los judíos pintaron su barrio, Mellah, de ese azul intenso; al no tener mosquitos, el resto de sus vecinos copió la estrategia.

Lo que está claro es que, en la actualidad, acabar de pintar todas las casas de azul (al contrario de lo que dicen algunas publicaciones, no todas son azules) y mantener vivo el que ya hay es una cuestión económica: la mayor fuente de ingresos del pueblo es sin duda el turismo, que llega de los lugares más remotos únicamente para ver el «pueblo azul».

La kasbah o alcazaba de Chefchaouen

La alcazaba o kasbah de Chefchaouen es un pequeño recinto fortificado, tradicional del mundo árabe. La palabra original, de hecho, quiere decir ciudadela o parte central de una ciudad.

Está rodeada por la plaza de Utta el Hamman, principal centro comercial y de restauración del pueblo; la plaza Debnat Elmakhzen, tradicional punto de parada y recogida de pasajeros para las excursiones, frente al Hotel Parador; y la Gran Mezquita, modesta, pero con un protuberante minarete. A la puerta de la kasbah, crece una araucaria centenaria, un árbol de enormes dimensiones similar a un abeto.

La alcazaba, rojiza y robusta, cuenta con los elementos típicos de una kasbah, como patio interior ajardinado y torre del homenaje. Construida como punto fuerte para defenderse de los portugueses que amenazaban con incursionar desde Ceuta en sus coqueteos con la costa norteafricana, en época del Protectorado dicen algunas fuentes que albergó como prisionero a Abd el-Krim tras caer derrotada la revuelta rifeña contra el dominio francoespañol.

Ciudad santa

Chefchaouen, que también se registra como Chaouen, Shifshawen, Shawen o Xauen, fue durante siglos considerada ciudad santa. Esto permitió su actual y espléndido estado de conservación. La ciudad, que hoy cuenta con algo menos de 50.000 habitantes, estaba prohibida para los cristianos, pero no para los judíos, que formaron una gran colonia sefardí.

Con el reparto de Marruecos entre Francia y España, en 1920 España «abrió» la ciudad. Esto significaba que todo el mundo, independientemente de su religión, podía entrar y salir de ella. Supuso el inicio de las visitas turísticas, pero también, años después, de la llegada de hippies atraídos por los campos de cannabis de los alrededores, que se extienden por todo el Rif.

En el breve período entre 1924 y 1926, Chefchaouen formó parte de la efímera República del Rif. Las tropas españolas se retiraron, evitando un Annual, y finalmente la recuperaron, dicen las crónicas que se jactaba el comandante Osvaldo Capaz, «sin pegar un tiro». Parece que fue a golpe de talonario, se dijera como se dijera por entonces esta expresión.

Rincones azules de Chefchaouen

Da igual hacia dónde miremos: todo será azul. Lo mejor es perderse por las callejuelas, buscar esquinas, contrastar con los paños coloridos que penden fuera de las tiendas. Pero sí hay alguna parada imprescindible, como la plaza El Houta. Más recogida y menos frecuentada que Utta el Hamman, es mucho más hermosa y entrañable.

Con azul hasta en tiestos y faroles, está presidida por una fuente monumental. Sus arcadas hacen las veces de terraza de un tranquilo bar con sillas de colores.

Lo demás… cada esquina, cada vano, cada escalinata… nos regalará un tono diferentes de azul.

Las afueras de Chefchaouen y sus lavanderas

Si hay algo que todo el mundo quiere ver en Chefchaouen, es su panorámica. El mirador está extramuros por el este, ascendiendo a una verde colina. Los niños te perseguirán intentando venderte artesanías durante los primeros metros de la subida. El pequeño monte se eleva sobre el río Fouara.

En él siguen lavando la ropa las oriundas, en tradicionales lavaderos. También se aprovechan sus aguas para enfriar naranjas y venderlas a los turistas, junto a paños artesanos.

Al otro lado de la ciudad vieja, al oeste, Chefchaouen crece en calles y edificios a la europea. Aquí es donde se lleva a cabo la vida diaria ajena al turismo y el comercio de artesanías. Si se quiere huir del gentío para comer, unos cuantos buenos restaurantes se apegan a los muros y son mucho más tranquilos que la atestada Utta el Hamman.

Chefchaouen y el abuso de los filtros fotográficos

Chefchaouen ya es lo suficientemente brillante y azul. Sin embargo, en internet proliferan las imágenes tratadas, exageradas y distantes de la realidad. Nuestros ojos no verán esas postales azul eléctrico, sino una amalgama de azules más y menos claros, mezclados con blanco y tonos terrosos, y algunos tejados anaranjados. Todo ello, colgado de la ladera bajo un cielo casi siempre… azul.

Sí que hay algunos rincones y callejuelas especialmente azules. De hecho, cuanto más estrechas y cortas sean las calles, más fácil es que únicamente se vistan de azul. Pero las imágenes con tanto filtro de moda y exageración de color, para mi gusto, no hacen más que desmerecer la estampa real que ya es espectacular sin artificios.

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