El sur de Creta, una franja encajonada entre mar y montañas
Aunque toda la atracción del oeste se la llevaría clarísimamente Elafonisi, seguida de Balos; en esta mitad de la isla, al sur, podemos visitar otra hermosa playa que cuenta, además, con la riqueza de la tranquilidad: Frangokastello.
El sur de Creta es una estrecha franja a las faldas de tres cordilleras. La isla es especialmente montañosa, con alturas inimaginables para un área tan pequeña en medio del mar que no registran muchos países sobre tierra firme. Su pico más elevado es el Monte Ida (Psiloritis, «monte alto»), en el valle de Amari, en la zona central del país, y alcanza los 2.456 metros sobre el nivel del mar, apenas unas decenas menos que las cumbres más alta de los Picos de Europa, por ejemplo.
El sur da lugar a recónditas playas a las que solo se accede bajando a pie en rutas de montaña o en barcos. Entre las primeras, están aquellas donde finaliza la famosa Garganta de Samaria, la más larga de Europa, que atraviesa los Montes Blancos, la cadena montañosa occidental, que ocupa todo el sur de la capital, La Canea. Entre ese macizo y los bosques de Dasos Asfendou Kallikrati y Perisinaki-Agriokefala-Manika, serpentea una carretera de montaña que nos lleva al sur atravesando pintorescos pueblos de montaña. Si se prefiere la montaña, a los dos tercios de camino, la carretera tuerce a la izquierda para dirigirse a Kallikratis, un pueblo entre ambos bosques, con vistas hacia la costa sur y Frangokastello, y de donde parte el cañón de Kallikratis.
Frangokastello es la más hermosa y plácida de entre las playas accesibles del sur. A la sombra de las montañas y del castillo que le da nombre, una larga extensión de arena oscura permite tumbarse rodeada de sosiego y chapuzonear. El agua es cristalina y, a pesar de contar con los servicios básicos e incluso atractivos turísticos como el castillo, está fuera del circuito habitual y la paz reina en esta tira costera.
Playas y gargantas desde Frangokastello hacia Plakias
Para salir y seguir bordeando el sur es necesario, como en la Costa Amalfitana, emprender cuesta arriba y curvear sobre los acantilados que caen a pico. En cada giro que se asoma al mar, vemos, a lo lejos, casi inaccesibles, pequeñas y poco concurridas playas. Por ejemplo, Rodakino y Korakas, con su coqueto y recogido puerto.
En el interior, a veces vemos casas aisladas; otras, algún pueblo de montaña, como Ano Rodakino, la aldea interior de la playa homónima, de casas blancas, y de la cual parte la ruta por la garganta de Sykia.
Cuanto más avanzamos hacia el oriente, más gruesa se vuelve la arena, hasta llegar a la población más popular del área, Plakias. Aparece como una tira blanca en una bahía de caída más suave que el resto de pueblos de la zona. Abrazada por un peñón que se alarga mar adentro, tras ella se avistan las montañas que bordean el golfo de Mátala, que marca claramente la división de la costa sur cretense.
Esta pequeña localidad tiene mucha vida, aunque no llega a ser tan tumultuosa como los puntos de veraneo de la costa norte o de los alrededores de Ierápetra. El mar se recoge y el agua es una balsa, con una superficie tan amplia de fina gravilla blanca que podemos imaginar que no hay nadie a nuestro alrededor. El paseo marítimo está salpicado de encantadoras tabernas de pescado fresco donde disfrutar de un buen almuerzo y de animadas cenas.
Desde allí hasta el norte podremos volver rodeando los montes Kouroupa. Por ejemplo, a través de la espectacular garganta de Kourtaliotiko.