Las playas de Montenegro: poca arena, agua de ensueño
Las playas montenegrinas, como la mayoría de sus vecinas croatas de tierra firme, no siguen el patrón de playa idílica de fina arena blanca o dorada, pero sí que nos sumergen en unas aguas de ensueño desde las cuales, flotando mansamente con la vista a tierra, no podemos escapar de las cumbres vigilantes que nos recuerdan que este pequeño país tiene tres cuartos de su territorio entre montañas.
Aquí, las playas son estrechas franjas de guijarros a los pies un cordal costero que apenas deja espacio para una tortuosa carretera difícil de ampliar y hoteles enrocados en diferentes niveles de altitud a pesar de estar a apenas cien metros del mar. Las empinadas cuestas o escaleras son comunes para acceder a primera línea, pero igual de vertiginosa es la entrada en el mar, donde, una vez damos tres pasos, ya estamos completamente cubiertos por el agua. No hay peligro ninguno: su color, temperatura y mansedumbre nos envuelven, además del color de algunas de sus caprichosas rocas.
La amurallada Budva, la pequeña Dubrovnik
Hablar de costa en Montenegro es hablar de Budva. En otra época puntal amurallado, hoy se la conoce como «la pequeña Dubrovnik» por su ciudadela, cuyas mejores vistas se consiguen bordeando la costa hacia el oeste, hacia la playa de Mogren, hasta la seductora estatua de «la ballerina» (la bailarina), que danza ballet, de puntillas hacia el mar, sobre una roca. Budva es una de las ciudades más antiguas del Mediterráneo; y su ciudadela, una de las mayores fortificaciones de la Edad Media. En el siglo XV, Budva quedó como último enclave de la República de Venecia en la costa adriática y así fue durante tres siglos, antes de comenzar un baile de conquistadores que terminó con su inclusión en la antigua Yugoslavia.
Hoy, reconstruida minuciosamente tras el desastre que supuso el terremoto de 1979, con el epicentro en la cercana Ulcinj, en la frontera con Albania, tanto sus murallas externas como sus callejuelas son un gran escaparate plagado de carteles y luces, y hay que perderse para encontrar un recodo en soledad, piedra blanquecina impoluta o los restos de una basílica del siglo V. Montenegro apenas tiene más industria que el turismo estival y de esquí, y su franja costera es tan estrecha que todos los veraneantes se concentran en poco espacio, en cualquier hueco frente al mar, aun cubierto de piedras. Aglutinamiento similar en su casco histórico ocurre en la cercana Petrovac. Ambas, especialmente Budva, que cuenta con un poco más de llanura, han crecido en población y edificios exponencialmente en los últimos años y siguen en expansión.
La antigua fortaleza de Petrovac y sus retiradas playas
Petrovac, reconcentrada en sus escasos metros cuadrados, es sinónimo de agobio. Su antigua fortaleza y su bonita fachada hacia el paseo marítimo pierden todo el encanto embutido en apenas unos milímetros libres entre toalla y toalla en su mínima playa urbana y la imposibilidad de dar dos pasos sin esquivar a alguien en el bulevar. No obstante, un poco más al sur, cuenta con una de las grandes playas salvajes y abiertas del país: Buljarica. Aunque de guijarro grueso, su amplitud y su lejanía del jolgorio hacen de esta bahía natural entre dos acantilados uno de los recovecos mas pacíficos del litoral montenegrino.
El otro, a las afueras de Budva, saliendo hacia el aeropuerto secundario de Tivat. Otra bahía natural, visible desde la serpenteante carretera, alberga la playa de Jaz. Aunque de arena gruesa, este arenal en forma de concha, alejado de poblaciones y al final de una planicie, ofrece una de las mayores extensiones para el baño de todo Montenegro y, salvo la que encontramos en el extremo sur, la arena más aceptable para tumbarse.
La antigua isla de Sveti Stefan, fuera del alcance ciudadano tras su privatización
Entre ambos centros neurálgicos del turismo costero, Budva y Petrovac, se erige Sveti Stefan, un pequeño paraíso hoy enajenado y fuera del alcance de la población local. La antigua isla de pescadores convertida en fortaleza entre los siglos XV y XVI, fue poco a poco quedando unida a tierra por los sedimentos de las mareas, que dividieron en dos la playa, creando un itsmo. Sin embargo, su enclave privilegiado y el encanto de sus edificaciones convirtieron la vieja fortaleza en un apetecible destino vacacional para los más pudientes. Así, el gobierno yugoslavo decidió en 1950 expulsar a sus últimos moradores y convertirlo en hotel de lujo. Por él pasaron las celebridades del momento, Marylin Monroe incluida, pero la disolución del país acabó con el atractivo internacional. Ya con Montenegro independiente, se retomó el proyecto, se sacó a concurso y un emporio hotelero gestiona toda la antigua isla y la playa norte, ratificando la privatización de esta joya natural e histórica. El aspecto exterior se ha mantenido, pero por dentro las aproximadamente 30 estancias tienen todos los lujos más modernos. Andrea Bocelli ha dado aquí un concierto privado o se han celebrado exclusivas bodas, como la de Novak Djokovic. Eso sí… ya no es suelo montenegrino para todos los montenegrinos.