Tirana, qué ver en la capital de la Europa del Este que nos queda

Museo de los búnkeres, Bunk'Art, al lado de la plaza de Skënderbej, Tirana, capital de Albania

Albania y su capital, Tirana, nos transportan aún al otro lado del Telón de Acero

Casi tres décadas después de que comenzase el paulatino desmorone tras el Telón de Acero, en algunos países o ciudades sigue siendo evidente este pasado reciente que cada cual ha sobrellevado como mejor ha sabido adaptarse.

Hemos visto el renacer de Berlín conjugado con su crecimiento a dos velocidades entre el Este y el Oeste. Bratislava le ha sacado brillo al centro medieval a pesar de conservar media ciudad de bloques grises tras el mastodóntico Puente Nuevo u Ovni. Bucarest, hace ya diez años de mi visita, era por entonces lo más parecido a la Europa del Este que los libros de Historia nos retrata.

Encabezando año tras año la lista de países más pobres de Europa junto a Moldavia, Albania es hoy por hoy el mayor exponente de esa era postcomunista. Aunque en las playas del sur, mucho más que en las del plácido norte, está despuntando una pujante industria turística con fuertes inversiones en hoteles, de turcos, sobre todo, que huyen de la inestabilidad política de su país; Tirana, su capital, la más cálida de Europa, trata de renacer poco de entre sus tonos grises.

Tras los pasos de Berlín, Tirana busca su propio Muro a seguir

Es difícil para un país que, ya antes del Telón de Acero, vivió algunos de los episodios más duros de la II Guerra Mundial por su dependencia de Italia. La concatenación de desgracias han dejado apenas un puñado de edificios históricos en pie en su ciudad principal. Y los de factura del siglo XX le hacen flaco favor.

Sin embargo, Tirana está tratando de imitar a Berlín, haciendo de lo anodino una virtud. Si algo nos enseño el Muro, es que todo lo gris es un lienzo en blanco presto a llenarse de mil colores. Así han hecho en Tirana, por ejemplo, en torno a los búnkeres. Se estiman en 700.000 los predispuestos por Hoxha entre 1950 y 1985, uno por cada cuatro albaneses, a fin de guarecerse de una invasión. Sin embargo, están realmente contabilizados algo menos de 100.000. Su diseño fue tan perfecto, 5 toneladas de hierro y hormigón, que no solo son capaces de repeler el ataque directo de un tanque, sino que tampoco pueden ser desmantelados. Por lo cual, y aunque los hay en playas y montañas, los de la capital ejercen de museo al aire libre. En armonía con parques y edificios repintados de vivos colores, algunos de ellos están habilitados para las visitas. A otros, simplemente, podemos asomarnos por su estrecha rendija.

Con pocos edificios históricos que ver en pie, Albania hace de la herencia excéntrica una virtud

Entre los múltiples errores del comunismo práctico, hay uno que a día de hoy sigue presente en el plano de los lugares que lo padecieron, y es el equivocar austeridad y mal gusto. Lo cual, unido a la excéntrica egolatría de sus líderes, ha legado, más allá de los hechos, edificios atroces. En Tirana ocurre con la pirámide que homenajea a Hoxha, diseñada por su propia hija y su marido, y que hoy es centro de exposiciones y discoteca.

Uno de los lugares más encantadores del centro de Tirana, además del parque Rinia -con sus búnkeres-, es la plaza Sheshi Skënderbej. Enorme, diáfana y peatonal, sus fachadas han recibido un colorido lavado de cara que contrasta con los deprimentes barrios aledaños. La estatua de diez metros del máximo líder Hoxha fue derribada por una horda enfurecida tras la caída del régimen. Preside la plaza, a caballo, el indiscutible héroe local, Skënderbej, quien durante 25 dirigió desde su fortín en Kruja la resistencia a los otomanos. Kruja cayó once años después de su muerte y 26 después de Constantinopla. Los albaneses se enorgullecen de asegurar que, de no ser por su líder, Europa habría sucumbido al Imperio Otomano.

La Torre del Reloj, la mezquita y la Madre Teresa

En la plaza, además de la heroica estatua ecuestre, se erigen la mezquita Eh’hem Bey y la Torre del Reloj, dos de los pocos edificios antiguos en pie. La mezquita sobrevivió a la furia antirreligiosa por su declaración de monumento. El enorme Museo Nacional de Historia, con el mosaico mural en la fachada de homenaje al pueblo albanés y sus luchas, y la Ópera de nuevo cuño completan la plaza. Al este, un curioso monumento a la amistad con Kuwait ante el edificio más alto de Albania (Tid Tower, 85 metros) y la estatua al partisano desconocido, que sigue recibiendo ofrendas y peticiones, en ocasiones de trabajo, tras la difícil transición del pleno empleo al capitalismo.

Cruzando el río Lana hacia el sur, tras atravesar el parque Rinia, llegaremos a la plaza dedicada a la Madre Teresa, albanesa. En esta zona, los edificios, como el de la universidad o la residencia del primer ministro, siguen teniendo un diseño cúbico y macizo, pero más estético, como los intentos de hacer puentes coloridos, como el que incluye una declaración de amor sobre el Lana. Albania, poco a poco se despierta de un largo sueño. La población expatriada, que quintuplica a la que permanece en el país, está poco a poco regresando con ahorros y, como ocurre en el Rif, especialmente la zona costera se está llenando de nuevas viviendas, al menos temporales.

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