Nazaré y las olas más salvajes de Portugal

Justo donde termina la nariz que todos le vemos a Portugal, y como si efectivamente fuese ese hueco preparado para recibir todos los golpes de un boxeador, en este caso de mar, emerge Nazaré. Emerge y se sumerge, porque Nazaré es un pueblo en dos pisos, como copiaron después en las colonias americanas que se convirtieron en el actual Brasil.

El Nazaré de los pescadores, hoy tomado por surfistas de todo el mundo, es una enorme extensión de arena blanca que llama la atención no tanto por su longitud como por su anchura, en forma de concha enclavada entre el dique del puerto y la pared vertical de roca que sostiene el otro Nazaré, la villa, o sítio.

Abajo, las ancianas y no tan mayores no han cambiado su vestimenta a pesar de que su labor sí ha ido desapareciendo. Con llamativas faldas de vuelo por las rodillas para no mojarlas al meterse al mar a recoger el pescado que cargaban en las barcas sus maridos para venderlo después ellas en el mercado, hoy se sientan en sillas de madera a las puertas de sus casas para ofrecer habitaciones de alquiler a los cientos de turistas que llegan al paraje. Todo aquel que conoce la zona sabe que, si va sin alojamiento cerrado, tendrá siempre dónde dormir. Su tradición pesquera puede visitarse arriba, en la villa, en el Muséu del Dr. Joaquim Manso.

Nazaré, con aguas ricas en pescados y mariscos que se degustan en todos los minúsculos bares de las angostas calles del casco viejo, es hoy el maná de los surferos. La enorme sima marina que hay frente a la costa produce unas corrientes especiales que llegan a provocar olas de decenas de metros. A océano abierto, sin ser tan exagerado como esos días de vendaval, es raro que el agua esté como un plato y a una temperatura agradable.

La plaza o largo principal y sus calles anejas son un constante sainete de tiendas de artesanías y bares. Todos de pocos metros y mesas colocadas al milímetro, ya que los edificios antiguos no dan para más. Pero todas exhalan un olor a pescado y marisco fresco que ejerce sobre el paseante, sea la hora que sea, lleve el estómago como lo lleve, el mismo efecto que los cantos de las sirenas al maniatado Ulises. Las sardinas (sardinhas) a la parrilla o grilhadas, y el bacalao en todas sus formas, además de la caldereta o cataplana de mariscos, son las especialidades marítimas. No se puede ir a Nazaré sin comer en A Tasquinha o comprar el pescado al peso, bien temprano, en el vivaracho mercado.

Arriba, en el pueblo alto, el impresionante faro y su fortaleza, con vistas a ambas playas: la principal y Praia do Norte, más salvaje, expuesta y furibunda aún. También la plaza principal, con la monumental iglesia de Nossa Sehnora de Nazaré, una capilla de ofrendas de pescadores al borde del acantilado y más tascas y artesanías. Desde que cae el sol y cuando termina el verano, el pueblo adormece y casi muere de sopor. Los vientos y tempestades se llevan al traste la imagen bucólica que nos llevamos los veraneantes y los oriundos pasan duros inviernos.

Más sobre Portugal:

https://laurifog.wordpress.com/2014/05/28/aveiro-la-alegre-venecia-portuguesa/

https://laurifog.wordpress.com/2015/05/27/dona-ana-aguas-cristalinas-y-arena-dorada-entre-grutas/

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