Zamora no se visita en una hora

Es una de las capitales castellano-leonesas que pasa más inadvertida para el turismo. Sin embargo, el centro histórico, capitaneado por su peculiar catedral, y el monumental puente de piedra sobre el Duero encierran una coqueta y serena ciudad de provincias que no sólo esconde entre sus piedras maravillas arquitectónicas, sino que riega las visitas con los mejores caldos hispanos: el vino de la Ribera del Duero y el de Toro.

Zamora es ciudad y municipio, nada más y nada menos que el que atesora más monumentos románicos de Europa, 23 en concreto, la mayoría de ellos en el corazón de la capital. De todos, el que más destaca es la mencionada catedral, con su cimborrio de estilo leonés y la extraordinaria cúpula, de decoración escamada, única.

Alrededor del máximo templo, se esparcen decenas de monumentos de roca parda: la iglesia de Santiago del Burgo, la de San Juan Bautista, la de San Vicente Mártir y su espléndida torre, la de Santa María de la Horta que destaca por su ábside, la de La Magdalena y su asombrosa portada y la Casa de Arias Gonzalo entre lo mejor del catálogo románico; pero también los renacentistas Alhóndiga del Pan, Palacio de los Momos y Palacio del Cordón (llamado así por un cordón franciscano tallado en su fachada, pero también conocido por Palacio de Puñonrostro).

Todo ello, al cuidado del antiguo castillo, de cimientos prerrománicos y posterior desarrollo bajo el reinado de Asturias; y protegidos por las murallas de fantástica sillería, comenzadas por Alfonso III de Asturias y finiquitadas por Fernando I de León.

Zamora duerme mansa a orillas del Duero, aunque sus aguas no siempre son tan tranquilas. Históricas crecidas por su caudal o por el aporte torrencial del Tormes provocaron importantes daños en el puente que es símbolo de la ciudad, el Puente de Piedra. No es el único que cruza el río vinícola de la Península Ibérica por excelencia, pero sí el más monumental. Su visión desde la atalaya del centro histórico me hizo recordar a ese otro, inmortalizado nada más y nada menos que por un Nobel, el Puente de Visegrad, en Bosnia, protagonista pétreo y petrificado de «Un puente sobre el Drina», de Ivo Andric.

En sus apacibles restaurantes, podremos degustar entrantes como el queso de oveja con denominación de origen, Queso Zamorano, los garbanzos o el chuletón de ternera de Aliste, de la cercana comarca de Sanabria. El vino… para elegir. Si bien la capital no entra dentro de ninguna de las demarcaciones, es común que sirvan un caldo de la región protegida más extensa, la DO Ribera del Duero, pero también de la provincia DO Vino de Toro. Los tintos se elaboran con uva autóctona, la tinta de Toro. Del otro lado de la frontera llegan los vinos dulces, de Oporto. Para una apacible sobremesa. Que Zamora… no se visita en una hora, porque en una hora no se hizo, sino en cientos de años.

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