Las mil iglesias de Salvador de Bahía

Antigua capital del imperio portugués de América, hoy capital del Brasil negro, la ciudad es una de las más ricas históricamente de todo el continente. En algunas crónicas, la llaman la «Ciudad de las 1.000 iglesias»; en otras, se dicen que tiene 365, una para ir a rezar cada día del año. Lo cierto es que ambas cifras parecen una exageración, aunque no existe ningún censo que lo corrobore.

La mayoría de estas construcciones barrocas se ubican en el centro histórico de la Cidade Alta, conocido popularmente como «Pelourinho», el lugar donde azotaban a los esclavos negros en público. Cercana geográficamente al Continente Negro, aquí desembarcaron tantísimos africanos para trabajos forzados durante el Imperio que hoy por hoy lo extraño es encontrar oriundos de raza blanca. Esto, para quien viaja a Salvador por turismo, supone un hándicap en la seguridad, pues desde el primer vistazo, un turista es, chascarrillo aparte, un blanco fácil.

No es baladí el tema de la seguridad. Y lo asegura una viajera asaltada a plena luz del día y en una zona abierta con una botella rota en el abdomen de su acompañante. Los autobuses urbanos prefirieron estar a punto de atropellarnos que parar en ese punto. Los locales saben que, a pesar de su apariencia, no es una vía segura. Pero hace falta una pequeña guía para el visitante, un mapa de zonas rojas para no volverse de Bahía con tan mal sabor de boca. Dicen quienes conocen otras grandes ciudades brasileñas que Salvador tiene frente a Rio de Janeiro o São Paulo una desventaja: no queda claro qué zonas son seguras y cuáles no. Por eso, en la capital bahiana es necesario un plus de atención para evitar el atraco. Algunos de los consejos recopilados a base de experiencia es, además de dejar lo máximo en el hotel y salir con fotocopia del pasaporte y muy poco dinero, evitar las calles adyacentes al Pelourinho, en especial las que están al este de la Praça da Sé; y también eludir a toda costa la bajada por la peligrosa Rua da Montanha.

Para ello, utilizaremos en todo momento el elevador Lacerda para bajar o subir de la Cidade Alta a la Baixa, donde tan sólo merecen la pena la visita al Mercado Modelo y al Farol da Barra (el faro), un poco más al sur y a donde se llega en autobús. El gran ascensor urbano fue construido por comodidad y rapidez en la comunicación de los dos centros, pero hoy por hoy su uso es obligado para evitar el paso por varias favelas intransitables para foráneos.

Es una lástima que la peligrosidad de la ciudad empañe sus encantos. A pesar de la extrema decadencia de casi todos los monumentos, desconchados y por rehabilitar, el «Pelò» es un hervidero de alegría, tanto en su colorido como en su atmósfera. Las noches no terminan en sus plazas, con samba a todas horas y caipirinhas con zumos naturales. Las playas del sur de la península o las de los grandes centros turísticos de la región son el lugar perfecto para descansar de la marcha bahiana o de los largos paseos uniendo los cientos de iglesias.

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