La ESMA, una visita diferente: el recuerdo más siniestro de Buenos Aires

Hoy ha fallecido, en una cárcel convencional, el exdictador argentino (1976-1981) Jorge Rafael Videla, uno de los personajes más miserables que marcó la Historia del último cuarto del siglo XX. Fue condenado a prisión perpetua por algunos de los innumerables crímenes que durante la dictadura conocida con el eufemístico nombre «Proceso de Reorganización Nacional» (1976-1983) se cometieron, si bien no es objeto de este blog de viajes juzgar los 30.000 muertos o desaparecidos del septenio, los 400 neonatos entregados a familias adeptas al régimen o el envío a la muerte de sus jóvenes compatriotas en una guerra perdida de antemano que se utilizó como bandera nacionalista de un sistema decrépito.

Esta entrada se la dedico a otra forma de conocer Buenos Aires: a través del silencio de sus horrores. No será preferencia de un viajero de breve paso, pues los encantos del centro de la más europea de las capitales sudamericanas lo absorberán por días y hasta semanas, pero una visita organizada a la antigua ESMA (hoy, Espacio memoria y Derechos Humanos) satisfará a quien quiera conocer e incluso experimentar la más cruenta historia reciente de la Argentina.

Si la II Guerra Mundial parecía marcar un antes y un después en la conciencia de que la maldad humana había llegado a sus límites, es duro reconocer que aún tres décadas más tarde se rescataron y perfeccionaron las peores artes del terrorismo de Estado en el Cono Sur. Pero si hoy las visitas a los campos de exterminio nazi, como Auschwitz o Dachau, están planteadas como excursiones a un parque temático donde la muchedumbre ni siquiera permite tomar conciencia de las monstruosidades que albergaron, la angustia en la ESMA comienza antes de cruzar la verja: en la acera de enfrente, los altos edificios de viviendas siguen ocupados por muchos de los inquilinos que no se percataron por entonces de lo que ocurría en sus narices. Separando ambos mundos, la concurrida avenida del Libertador, por la que nunca dejaron de circular los vehículos, sin saber o sin querer saber qué acontecía tras las bellas columnas neoclásicas.

La visita al hoy «Espacio Memoria y Derechos Humanos» comienza con una petición y una cita. Una mañana soleada, un pequeño grupo se reúne en el patio del predio para presentarse y contar sus motivaciones para estar allí. Una única extranjera, yo, y un silencio tenso cuando uno de los compañeros de reunión, aún entero, confiesa que de allí nunca salió su hermano.

La ronda estremece. Visitamos el Casino de Oficiales, el edificio de este complejo cuyas paredes hablan de llantos y dolor. Apenas nos recibe la estructura desnuda, no esperemos muebles ni útiles de tortura. Pero quizás sea peor la imaginación… La diligente guía nos explica, antes de entrar en cada sala, qué ocurría allí. Después, es sólo cuestión de que cada uno se componga la cruda escena. Salas de torturas, picanas eléctricas, planos y paneles explicativos… todos recorremos las estancias en silencio y miramos de reojo al hermano del desaparecido, admirando su coraje y fortaleza, temiendo que en cualquier momento se nos desmorone. Su madre, enterada de la visita, no ha sido capaz de acompañarlo.

Ascendemos a la parte superior, el peor trago. Es el piso que se conoce como «Capucha». Allí yacían, encapuchados, los prisioneros, con la única compañía de una frazada, una longitud insuficiente para estirarse y escuchando la radio por los altavoces durante las 24 horas. No había apenas posibilidad de conversar con el vecino de celda, no había apenas otro sonido que el más tétrico… el de los grilletes por los pasillos. Sólo ocurría los miércoles… y quienes hacían ese paseo nunca más volvían. Su destino era el cercano Campo de Mayo, donde comenzaba su último viaje. Sedados con phentonaval, subían a los «vuelos de la muerte» de Scilingo y, aún vivos, eran arrojados al Río de la Plata.

Era un destino que solían seguir las puérperas, cuyos hijos nacieron allí, en el paritorio de «Capucha», y no conocieron a sus verdaderas familias. Cerca estaba la «Pecera», donde los más instruidos eran obligados a trabajar para el comandante Massera elaborando informes. Y en el ático, «Capuchita», idéntica distribución de celdas, pero con condiciones agudizadas por el extremo calor y humedad. El aire es irrespirable, pero no por ese calor. No queda ni un objeto, pero todo habla, todo grita. Como gritaban los enfervorizados hinchas que, a pocos metros, en el Monumental, celebraban el trono mundial del balompié en 1978, exhibiendo su normalidad institucional.

De vuelta a la avenida del Libertador, Buenos Aires asfixia, ya no es el cálido entramado que me abraza. Dice el verso de un tango del uruguayo recientemente fallecido Quintín Cabrera que «las ciudades son libros que se leen con los pies». Los pies pisan en Buenos Aires adoquines sueltos no reparados en años, ni siquiera en su mítica avenida Corrientes, pero también otros que recuerdan delante de muchas casas a esa persona que una noche fue subida a un Falcon y nunca más regresó. Gracias, Andrés Calamaro: «Y el viejo de mi amigo, que vivía en Ciudad de la Paz, fue desaparecido y no lo volví a ver más. Ojalá que estén vivos y bien en el país de ‘síganme'»…

Argentina siempre sabe a poco… Algunas ideas más en:

https://laurifog.wordpress.com/2013/11/30/lujan-el-sumun-del-turismo-religioso-en-argentina/
https://laurifog.wordpress.com/2013/09/11/puente-del-inca-donde-argentina-empieza-a-convertirse-en-chile/
https://laurifog.wordpress.com/2013/08/08/el-delta-de-tigre-selva-amazonica-a-las-afueras-de-buenos-aires/
https://laurifog.wordpress.com/2013/05/15/entre-el-turismo-de-mar-del-plata-y-la-fauna-de-peninsula-valdes/
https://laurifog.wordpress.com/2012/12/10/la-argentina-tirolesa-y-cervecera/
https://laurifog.wordpress.com/2012/07/29/al-amparo-del-techo-de-america/
https://laurifog.wordpress.com/2012/07/05/sola-frente-a-la-inmensidad/
https://laurifog.wordpress.com/2012/06/06/los-valles-calchaquies-y-la-quebrada-de-humahuaca-29/
https://laurifog.wordpress.com/2012/06/04/salta-la-linda-39/

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