Arillas y Agios Stefanos: algunos de los más bellos arenales de Corfú están en el noroeste
La esquina noroeste de Corfú, al norte de Paleokastritsa y Porto Timoni, acoge otro buen puñado de arenales y rincones dignos de la mejor colección de postales de playas que comenzaremos, precisamente, al otro lado de Afionas, en Arillas.
Arillas es una vasta extensión de arena dorada, en una de esas bahías que en Corfú han quedado tan perfectamente dibujadas a compás. En su centro, un espigón se adentra en el mar, culminado por uno de esos bancos que podría estar catalogado como «banco más bonito del mundo». Prácticamente en mitad del agua, enfrente solo se ven el mar y la isla Nísida Karavi, de las Diapontia.
Al norte del cabo Kefali, el inmenso arenal de Agios Stefanos se extiende por un par de kilómetros, solitario y pedregoso en la esquina sur; también solitario, pero de arena dorada al final. Sus aguas solitarias se deben a la temperatura: en esta esquina de la isla, el mar está fresco en pleno verano, a 22º, 4 menos que en el cálido sur, lo que provoca que la mayoría de los chapuzones sean cortos, para quitarse el calor, y de vuelta a la arena.
Loggas: playas de arcilla a los pies de los acantilados
Aún nos queda una parada antes de llegar al rincón más espectacular para la vista de toda la zona, y es la playa de Loggas. El enclave se divide en dos tramos de arena arcillosa a los pies de altísimas rocas completamente verticales bañados por aguas turquesas a los que se accede por un empinado camino que termina en varios tramos de escalones a uno y otro lado. La playa derecha es la más espectacular, con su muro blanco estriado enmarcando el arena. La arcilla de estas playas se considera idónea para el tratamiento de la piel. Veremos a gente untada en barro, al igual que en otros puntos de la isla, donde también se hace, a modo de mascarilla natural por todo el cuerpo.
Rocas blancas arañando el mar en el cabo Drastis
Apenas unos centenares de metros más al norte, llegamos al punto más grandioso del área, la punta noroeste de Corfú: el cabo Drastis. Unas caprichosas formas rocosas completamente blancas, estriadas como todas las paredes de sus playas, arañan el mar y lo salpican como zarpazos. Desde una curva en su bajada, presenciamos una vista maravillosa de esa prolongación del cabo. Si culminamos la bajada, accedemos a un rosario de piscinas naturales rodeadas por ese telón blanco.
Sidari y el Canal d’Amour, o cómo morir de éxito
Sidari es, objetivamente, preciosa, con sus entrantes y salientes que dejan un goteo de pequeñas calas de arena clara y aguas turquesa. Sin embargo, es imposible abstraerse de tanta gente, que ha convertido el pequeño pueblo de pescadores de formas rocosas caprichosas en un centro turístico abarrotado donde el encanto se ha quedado para una visita invernal.
La culpa la tiene una historia de amor. Una pareja francesa visitó la isla y, desde la cala más pequeña (el original Canal d’Amour, aunque la playa anexa reciba el mismo nombre), se prometieron cruzar nadando de la mano un túnel en la roca, que daba al otro lado. Si llegaban sin soltarse, su amor duraría para siempre. Así, esta minúscula cala, similar a las que se pueden encontrar en las Baleares, no tiene hoy un centímetro de arena vacío, tampoco la playa, no mucho mayor.
Aunque alrededor hay decenas de arenales similares o incluso más bonitos, Sidari es uno de los tres puntos negros de masificación a evitar en Corfú (junto con Paleokrastitsa y, especialmente, Kavos). No obstante, nadie se resiste a una visita, pues es la recomendación máxima al llegar a la isla. En su calle principal, atiborrada de comercios y restaurantes, la oferta de hamburguesas indica su carácter «guiri». Pero hay un buen puñado de tavernas que ofrecen pescado local, sabroso y barato, aunque un poco más caro que en otros puntos de la isla.
Una tercera playa, ligeramente más alejada y más tranquila, en el extremo este del pueblo, cuenta con el inconveniente de ser la desembocadura de un riachuelo que no destila precisamente olor «d’amour».