Playas paradisíacas en la zona occidental de Llanes
Las playas de La Huelga (o Güelga) y de San Antolín de Bedón se parecen únicamente en la denominación «playa», y en que ambas se encuentran en el municipio de Llanes, en Asturias. La de La Huelga es mínima; la de San Antolín, la más larga del concejo con más playas de toda Asturias. Y tienen otra cosa en común: enmarcan la impresionante playa interior de Gulpiyuri. De hecho, una larga senda costera las une a ambas pasando por Gulpiyuri, e incluso continúa hacia Cuevas del Mar por occidente y Torimbia por oriente.
En ambas playas, la arena es fina y dorada o blanca, en función de la hora del día y la estación del año, con el sol más o menos vertical. En ambas… el agua es limpia y transparente. Eso sí, en La Huelga, una pequeña y protegida entrada de agua, esta suele llegar tan mansa que, sin oleaje, toma el color azul turquesa de los mares más paradisíacos. San Antolín, sin embargo, más abierta, suele reflejar el color azul cobalto de alta mar.
Los otros castros de Asturias: los islotes y peñascos frente a la costa
La Huelga es una playa que no existe con pleamar. En la desembocadura del río Cecilio, se forma este hermoso arenal de aproxidamente un centenar de metros cuando baja la marea. Sin embargo, el agua la cubre por completo con pleamar y solo un recodo junto al río, bastante tierra adentro, permite seguir tomando el sol. Si la mar está brava y la marea alta, ni siquiera puede imaginarse una playa bajo el agua: parece uno de los tantos entrantes entre acantilados de este hermoso trozo de costa oriental de Asturias.
Pero incluso más característico que el riachuelo formando marismas en su desembocadura es el enorme castro que vigila desde las aguas. La Huelga es famosa porque, desde su orilla, se observa el «castro de las Gaviotas» en todo su esplendor.
Los castros, construcción de origen celta muy presente en los yacimientos arqueológicos del Occidente de Asturias, son en Oriente de origen natural. Es el nombre que reciben los peñascos e islotes que el mar ha modelado a su antojo, separándolos de la costa calcárea.
Tierra y mar jugando a los mordiscos
El de las Gaviotas, que igualmente puede verse desde las rasas costeras que enmarcan La Huelga, se llama también «islote desfuracado». «Furacu» es «agujero» en asturiano y, efectivamente, el castro está hueco; parece levitar sobre el mar, como un puente para sirenas o un trozo de la cola del monstruo del Lago Ness.
Es uno de los rincones más fotografiados de Asturias. Las diferentes tonalidades del día y los cielos más azules o más nubosos crean impresionantes postales sobre el espejo del Cantábrico.
Puede verse, igualmente, desde una playa aún más mínima, denominada en algunos sitios La Canal, en la mayoría, un lugar sin nombres. Es una lengua de agua en pleamar, de tierra en bajamar, encajonada entre dos acantilados. Se baja por unas escaleras de roca bastante seguras, pero camufladas cuando crece bastante la vegetación. Cada vez hay menos arena y más piedra, especialmente en el fondo.
Ojo con las mareas. No es aconsejable descender con pleamar ni con temporal, pues cualquier mal paso nos puede apartar de las escaleras y empotrarnos contra el fondo de rocas filosas. Desde el recodo de las escaleras, a resguardo, ya se pueden hacer buenas fotos del Castro de las Gaviotas.
La Canal se caracteriza por los aparejos de pesca, con nasas, clavados en uno de los filos de acantilado. Algunos los llaman «las minas del Castro de las Gaviotas» por su semejanza con los castilletes o hasta con pequeños pozos petrolíferos. Las escaleras pueden verse en la pared de enfrente y se llega por un camino de tierra estrecho pero muy visible.
La blanca arena y los derrumbes de San Antolín de Bedón
El agujero o furacu del Castro de las Gaviotas no es el único mordisco a la roca en este rincón del concejo de Llanes. San Antolín, que se observa en panorámica desde la Autovía del Cantábrico si se va en dirección Santander, se caracteriza hoy en día, sin lugar a duda, por la herida de su montaña. Una herida reciente, un mordisco no exactamente humano, pero sí por culpa del efecto de nuestros actos.
En el caso de San Antolín de Bedón, no podemos hablar de mordisco, sino del zarpazo de un gigante, de un titán marino. Un argayo de 1.000 metros cúbicos del monte Niembru se despeñó hacia el mar en mayo de 2008. Antes, la montaña vigilaba impoluta la blanca arena.
San Antolín de Bedón: playa abierta y salvaje
La playa, además de la más larga, es una de las más salvajes de Llanes. Apenas hay servicios en su arenal, solo un chiringuito veraniego y algo de aparcamiento al otro lado de las vías de la Feve. Bajo ellas, por un túnel, se accede a la parte occidental del arenal, donde también se permite el aparcamiento y donde comienza (o acaba, según se mire) la senda peatonal hasta Gulpiyuri.
Esa zona occidental está enmarcada por la Punta de la Dehesa, con otro mordisco: el ḥuracu. La pronunciación es la de una h aspirada, tipo inglés, o incluso «furacu», como ya vimos más arriba: agujero. Las pleamares y temporales son espectaculares contra él, pasando a golpes por la abertura.
San Antolín de Bedón es una playa abierta, ideal para los amantes del surf, y con un par de rocas agujereadas que también hacen las delicias de quienes nos hipnotizamos mirando y escuchando los romperes del fuerte oleaje y su lenta erosión golpe tras golpe.
San Antolín se abre a la desembocadura del río Bedón o de las Cabras, llamado por los oriundos Beón. El desgraciado argayo que hirió el monte Niembru, que la separa de la considerada por muchos como la playa más hermosa de Asturias, Torimbia, no ha sido el único descalabro provocado por el paulatino declive del portentoso arenal.
La laguna perdida o Pozu las Ánimas
Hace ya más de medio siglo que el ser humano comenzó a hacer de las suyas, atrocidades, en las inmediaciones de San Antolín de Bedón. Al paso de la vía estrecha, se le sumó la carretera N-634, la antigua nacional que hoy conforma una de las calzadas de la Autovía del Cantábrico, ya de doble sentido.
No solo es que la carretera pase prácticamente por encima de la playa, sino que se utilizaron toneladas y toneladas de piedra del muro natural que protegía la laguna, hoy practicamente desaparecida, que se formaba entre la desembocadura del río Bedón y la arena de la playa.
En Asturias, con poco paisaje costero de rías y marismas, al contrario que la vecina Cantabria, esa laguna, conocida como Pozu las Ánimas y hoy perdida, era la de mayor riqueza para la observación de aves a nivel de mar. Ahora, tras fallidos intentos de reconstruir el muro de forma artificial, solo podemos ver algunos patos y gaviotas nadando o revoloteando sobre en el ensanche último del río. Un muro más firme provocaba, con las crecidas, la inundación de los terrenos del monasterio, prácticamente a pie de playa.
Extraña, y en muchas ocasiones los vecinos han protagonizado sonoras protestas, cómo las diferentes administraciones han dejado que este rincón sin igual, natural y cultural, se deteriore de esta forma. El terreno inestable por tanto robo a la Madre Tierra trae consigo no solo argayos de la magnitud del derrumbe del monte, sino continuos desprendimientos en la carretera que bordea la playa y la une con Posada de Llanes y Niembru.
No obstante, sigue siendo una playa espectacular en todas las épocas del año, casi más bella en días solitarios de otoño y primavera para caminarla en toda su extensión y pasear junto al río y el monasterio.
La iglesia y el monasterio de San Antolín de Bedón
San Antolín de Bedón no es solo una playa, sino un monasterio con iglesia, la que le da nombre de hecho. Es un hermoso complejo de la Alta Edad Media, románico cisterciense, ya de transición al gótico, como se observa en sus vanos apuntados. Las primeras evidencias de su existencia se sitúan entre los siglos XII y XIII. Su planta es basilical y con hermosos ábsides.
Del complejo monástico, de origen y fundadores inciertos, solo queda en pie la iglesia y el recinto, cercado, no puede visitarse. El camino que nace junto a esa valla no es para llegar al monasterio por detrás, sino para subir los laterales del monte Niembru y acabar en la hermosa Torimbia.
A pesar de haber sido declarado BIC, el complejo no está cuidado ni restaurado para su visita. Este hermoso recinto, en el paraje incomparable de la desembocadura del río Bedón y a un paseo de la playa, tuvo que ser, en sus mejores momentos de la regla benedictina, un auténtico remanso celestial.



















