Gaztelugatxe, doscientos escalones sobre el cielo

Tocar fondo antes de volver a subir. Algo así ocurre con Gaztelugatxe. El peñón vizcaíno ha sido elegido recientemente como la primera Maravilla Natural de España, y no le faltan razones, aunque también es un poco mentira. De que el conjunto es sobrecogedor no cabe ninguna duda, pero sin la mano del hombre no dejaría de ser uno de los tantos hermosos islotes que jalonan la costa cantábrica.

Lo que marca la diferencia es la ermita construida en su cima, dedicada a San Juan, y el trabajado acceso a ella, consistente en más de 200 escalones serpenteantes y amurallados. El islote se encuentra al fondo de unos acantilados que, por su parte más suave, pueden descenderse caminando. Hay una antigua carretera, ahora cortada al tráfico, que rodea más pero es más ancha y tiene una pendiente más suave; y una senda eminentemente peatonal en la que podemos encontrar bastante maleza. En lo alto de la antigua carretera hay un pequeño aparcamiento, al que se llega tras un último tramo de importantes desperfectos en el pavimento no aptos para vehículos bajos. Hasta hace unos años, era posible bajar un kilómetro o kilómetro y medio más, siempre atentos al asfalto, pero definitivamente se han colocado unos pivotes que impiden el paso. Sí puede hacerse en bicicleta, moto o quad.

Desde lo alto, tendremos la primera imagen de San Juan de Gaztelugatxe en su altar rocoso. No se aprecian desde la lejanía todos los detalles de la mano del hombre, pero es en su contexto, en mitad del azul del Cantábrico, cuando más hermosa resulta la postal. La bajada es suave, con varios miradores y bancos, incluso fuentes… sin agua. Si la hacemos muy temprano o a mediodía, es probable que bajemos completamente solos, aprovechando el silencio y la paz del entorno. No parecerá tan larga como a la subida, y mucho más si hace calor.

Cuando hemos tocado fondo y estamos prácticamente a nivel del mar, se nos abre enfrente el camino tallado que conduce a la mezquita y apreciamos mejor el conjunto. Por una parte, el islote, que no ha llegado a tal porque el itsmo que en su día pudo ser más tenue hoy se ha ensanchado gracias a los sedimentos depositados a ambos lados del puente. Por otra, los dos túneles naturales que se forman en su lado derecho visto desde tierra. Además, las playas salvajes de dura arena marrón que se forman a ambos lados de los acantilados y que se observan mejor desde arriba.

El puente, antes de comenzar a ascender la escalinata, da acceso al mar y comunica ambas orillas por medio de dos ojos que, al dejar pasar las aguas, protegen la construcción de los embates de los temporales. El itsmo es mucho más estrecho con la pleamar. A lo largo de los 231 escalones, nos encontraremos cruces de hierro forjado que simbolizan los pasos del via crucis, y cuyo colofón hallaremos arriba, con el conjunto de tres cruces del Monte Calvario.

La ermita como edificio no es lo más valioso del conjunto. Aunque la original datase de la Alta Edad Media, del siglo X, y se sospeche que pudiera haber sido un monasterio templario, la construcción actual es producto de varias destrucciones y reconstrucciones. Tuvo una muralla para proteger el enclave de los normandos, pero no pudo contra los piratas ingleses. Esta zona sufrió acometidas norteñas durante toda la Edad Media y Moderna, y hubo cerca incluso asentamientos vikingos que explicarían la cantidad de rubios de ojos claros de la costa vizcaína con respecto al interior, al igual que en otros puntos del Cantábrico, como en Cudillero, en Asturias.

Con todo, la ermita es una construcción sencilla, de una nave y decoración marinera, en cuya placita de acceso encontramos un refugio donde los valientes senderistas pueden almorzar a techo y a la fresca, e incluso dispone de baños públicos.

Repuestos, admiraremos las vistas de este inigualable rincón enclavado entre las playas de Bakio y el histórico puerto pesquero de Bermeo. Más allá de Bakio, veremos en días claros las costas cántabras, hasta Laredo, identificable por sus altos edificios; a nuestra izquierda desde el peñón, avistaremos ribera guipuzcoana y, a nuestro lado, el islote de Aketxe. Justo detrás, sobresale el cabo Matxitxako, que tanto nos hizo sufrir en los libros de Geografía de Primaria, con sus dos faros, el nuevo y el viejo. Las escaleras, a nuestros pies, ya no son un desafía, y asemejan una pequeña Muralla China que sobrevive al oleaje y a los siglos.

 

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