Para cualquier niño español nacido en los años 70 u 80, Finlandia es esa canción de dibujos animados que comienza con eso de «En Laponia hace frío, pero yo me río; mi abuelito Joulupukki es amigo mío…» Para otros, es el país de las auroras boreales, del método idílico de educación y convivencia, el país que paga desempleo a sus trabajadores para que estudien de nuevo… Todo eso es cierto. Pero Finlandia tiene más secretos.
Tampere es una curiosidad en sí misma. Se trata de la ciudad más grande de toda Escandinavia que descansa sobre una única porción de tierra. No resulta difícil imaginarlo si tenemos en cuenta las mil islas de Estocolmo o de la propia Helsinki. Está rodeada de inmensas llanuras verdiamarillentas en los inicios del otoño y de centenares de lagos unidos entre sí o tan grandes que no dejan ver la otra orilla desde enfrente.
Finlandia es uno de los países más llanos del mundo. A pesar de una extensión bastante grande para la media europea (unos dos tercios de la superficie española), su mayor altitud apenas supera los 1.300 metros. En Tampere hay una pequeña montaña, en el parque Pyynikki, con una torre que lo corona. No solo nos regala las mejores vistas de la zona, sino que es famosa porque en su bar, a los pies de la torre, se sirven los que llaman los mejores donuts artesanales del país. Para mi gusto, demasiado aceitosos y una bomba calórica sólo apta para los inviernos más crudos.
Tampere (pronunciado como esdrújula, como casi todo en finés, incluido Helsinki) ha revivido de cara al turismo gracias a las compañías aéreas de bajo coste, que no pueden volar a la capital. Desde allí, es fácil llegar en tren a Helsinki (y posteriormente en ferry a Tallin), pero también permite ahorrar un gran trayecto si buscamos el norte y las auroras. Pero la propia ciudad tiene mucha historia. Entre sus monumentos, una grandiosa iglesia ortodoxa al más puro estilo ruso.
Y en el centro, la antigua Tampere, la Tampere industrial hoy remozada para atraer al turismo. En otros tiempos, las grandes fábricas se dedicaban al textil y a la metalurgia y se aglutinaban en torno al canal de Tammerkoski, una serie de rápidos que salvan los 18 metros de diferencia de altitud entre los dos lagos que rodean la ciudad, y cuyos saltos son aprovechados por cuatro centrales hidroeléctricas. Hoy, Tampere ha pintado y adecentado las antiguas factorías, algunas de ellas al lado del río y de los saltos que le proporcionaban energía; y las dedica a las tecnologías de la información, con una importante sede de Nokia, o a edificios culturales, como el teatro.
Entre Suecia y Rusia, Finlandia se acostumbró a vivir como colonia de la una o la otra. De hecho, el sueco sigue siendo lengua oficial, se utiliza aún para muchos documentos oficiales y se imparte de forma obligatoria en las escuelas.
Tampere mantiene un museo a Lenin. Aquí, el revolucionario soviético se exilió tras los sucesos de 1905, vivió escondido durante dos años y se encontró por primera vez con Stalin. Como agradecimiento, le otorgó la independencia a Finlandia tras llegar al poder en 1917. Un agradecimiento que es mutuo, pues Tampere atesora recuerdos de Lenin con los que ni siquiera cuentan en Rusia.