Kronborg Slot, el castillo de Hamlet en Helsingor, el lado danés del estrecho de Öresund
En Helsingor, a apenas una hora en tren al norte de Copenhague, y siempre siguiendo la costa danesa del estrecho de Öresund, se yergue el castillo que sirvió de aposento al más célebre monarca de Dinamarca, el shakesperiano Hamlet. Kronborg Slot o castillo de Kronborg ocupa una atalaya peninsular que saluda con su bandera ondeante a sus vecinos y amigos los suecos. Es en este punto donde la distancia entre ambos países, agua mediante, es menor.
Hasta los nombres de ambas ciudades hacen referencia a su vocación de hermanas gemelas que se aman pero no pueden tocarse. Helsingor (la españolizada Elsinor) y Helsingborg, la industrializada y pujante urbe sueca. Esta orilla de la izquierda está muy lejos del trajín fabril de la ribera opuesta, que se observa sin envidia desde las plateadas playas de guijarros donde los pescadores locales tienen acotado su espacio vital para no golpearse codo con codo con el compañero de al lado. Si el clima fuese más benévolo en este rincón de Europa, la costa danesa sería con toda seguridad un balneario privilegiado. El sol, que apenas calienta, parece sin embargo brillar con una luz más limpia, que acaricia los sentidos y eleva la tranquilidad.
Al castillo se llega dando un paseo desde la estación, un precioso edificio de estilo nórdico. En esos veinte minutos, atravesaremos también la parte más moderna de la villa, la Milla de los Museos. Los alrededores son un remanso de paz, a pesar de los turistas, no demasiados. Es tan grande el recinto que podremos encontrar rincones solitarios. Entre patios, fosos y cisnes, Hamlet aparece para susurrarnos con el rumor de las pequeñas olas, que se vuelven ligeramente violentas al chocar contra los espigones. El paso constante de ferrys y buques nos entretiene, sentados en las piedras, con la casa de Hamlet a la espalda.
El resto de la villa no tiene nada de particular: apacibles calles peatonales de casas bajas, iglesias de arquitectura protestante, y pocos bares. Lejos del bullicio y de los prejuicios que vivimos en Copenhague, sólo las obras de dragado del puerto que estaban haciendo provocaron un olor a podrido que pronto se olvida en tremendo escenario.
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