Muy lejos quedaron mis expectativas sobre Atenas de lo que realmente vi. Es cierto que sólo le dediqué un paseo, una soleada tarde de domingo entre el vuelo desde Madrid y el final a Lárnaka. Su aeropuerto, el Eleftherios Venizelos, fue considerado tras su reciente ampliación el más moderno de Europa. Me recuerda mucho a la nueva terminal de El Prat. Eso sí… una vez que pasas el control de pasaportes, ya puede estar jugando España la final de la Eurocopa, que no encontrarás una puñetera tele para verla.
Desde el aeropuerto, los autobuses te llevan de una forma más o menos periódicamente y más o menos con puntualidad a la plaza del Syntagma. Allí, la soleada tarde del primero de julio parece que no le hace caso al sol. Presidida por el parlamento griego desde hace casi dos siglos, en los últimos tiempos ha sido el escenario favorito no de conciertos y charlas, sino de las amargas protestas contra los recortes sociales y el desposeimiento que están sufriendo los helenos.
La plaza está prácticamente desierta, sólo algunos jóvenes deambulan por ella o conversan en las esquinas. Prácticamente no hay rastro de turistas. Por la calle Stadiu, voy directa a la otra plaza mítica de la ciudad, la Omonia. Durante el trayecto, sólo me encuentro suciedad en las aceras, edificios cerrados a cal y canto, ventanas sin cristales y vagabundos ordenando sus cartones para la noche.
Una vez allí, la sensación de haber viajado al país de ‘1984’ crece. La gente mira desconfiada, ni siquiera se muestran amables cuando les preguntas para orientarte. Niegan con la cabeza, bajan la mirada e incluso te dicen que no sabe dónde queda el más famoso barrio de la ciudad, Plaka.
El tiempo pronto se me agota, vuelvo a Syntagma dando un pequeño rodeo en el que veo por fin algún edificio de los que para mí eran «Atenas». Pero, en su conjunto, ni rastro de aquella antigua Grecia que conquistó el mundo y sentó las bases de una democracia que, para su época, fue mucho más avanzada que la que hoy sufren.
Una amiga que conoce bien Grecia me dice que ese carácter desilusionado y huraño no es de ahora, que llevan tantos siglos siendo moneda de cambio y arma arrojadiza de las potencias externas, que creen vivir de prestado en su propio país. Resignados para un expolio más, tal vez el definitivo. Mientras, sueño con volver a Grecia, para contemplar todas esas maravillas que los milenios nos han legado, y que ya en su día fueron expoliadas. Sueño con volver a Grecia y ver la alegría.
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